martes, 29 de mayo de 2012
Historia, en un parque.
De todas las personas del mundo, de todos los seres humanos de este maldito universo, tenía que encontrarme con él. Y entre todos los momentos posibles, tenía que ser aquel, cuando más sola quería estar.
-¿Sabes que ya han cerrado el parque? –Me dijo mientras se acercaba y sonreía.
Lo miré con cara de pocos amigos, no era el momento de peleas, y si venía con esos aires de superioridad acabaríamos mal. Me levanté del banco ignorándolo, y cuando llegué a la puerta y intenté abrirla, vi que tenía razón, estaba cerrada, no podía ser verdad… miré hacía arriba, estaba demasiado alto. Sentí como la furia crecía dentro de mí, como la impotencia se mezclaba con la tristeza, noté como los ojos me empezaban a escocer, como las lágrimas luchaban para poder salir, pero yo me negaba a derrumbarme, allí no, delante de él no, debía aguantar hasta llegar a casa. Saqué el móvil para mirar la hora, me había quedado sin batería, perfecto… ahora no podría ni llamar a mi madre.
-¿Quieres llamar? Te dejo mi móvil, a cambio de un beso.
Lo fulminé con la mirada. No quería pelearme, no quería saber nada de él ni de nadie. ¿Por qué no me dejaba en paz? Pase por su lado, ignorándolo todo lo que pude, aguantando las lagrimas, tenía intención de ir a la otra puerta, pero si esta estaba cerrada, la otra, obviamente, también, así que fui hacia la valla de atrás.
-¿Dónde vas?
-Lejos de ti. No pienso quedarme aquí toda la noche. –Grité.
-Por favor, si me deseas.
Hice ver que no había escuchado su último comentario. Examiné atentamente la valla que tenía delante, de un salto podría pasar perfectamente. En el instante en el que me disponía a salir de aquel lugar, noté algo detrás de mi, me giré despacio, temiendo lo que pudiera haber. Y allí estaba él, otra vez, pero esta vez no hizo ninguno de sus estúpidos comentarios, y estaba más cerca de lo habitual; levantó una mano y la pasó por mi mejilla, quitándome así una lagrima, la primera lagrima, la que hizo que las demás brotaran con gran facilidad. Me di la vuelta bruscamente, para secarme todas las lagrimas y dejar de llorar.
-¿Por qué lloras? –Me miraba muy detenidamente, estaba serio, algo no muy común en él.
-A ti no te importa. –Le dije cuando me gire.
-¿Quién dice que no?
-Olvídame.
-Bésame.
-Y una mierda.
-Lo estas deseando.
Lo miré a los ojos, ¿Qué debía hacer? Y entonces, me cogió de la cintura, sentí como el corazón se me aceleraba, como la adrenalina recorría por mis venas. Le cogí del pantalón y lo acerque más a mí, decidida, segura de lo que estaba haciendo. Él se estremeció, lo empuje sensualmente hacía un banco, y cuando se sentó, me coloqué encima de él. Él me miraba a los ojos, yo tenía el poder, él solo se dejaba hacer, así que metí las manos por debajo de su camiseta, acariciándolo poco a poco, mientras acercaba mi cara a la suya, y cuando nuestros labios estuvieron lo suficiente cerca, volví a mirarle a los ojos, donde distinguí un destello de perplejidad y deseo, rocé nuestros labios poco a poco sin llegar a besarle y vi como cerraba los ojos, así que me acerque aun más, pero esta vez me dirigí a la oreja, y le susurre:
-A lo mejor, quien lo desea, eres tú.
Sonreí y me levanté poco a poco, y ante su atenta mirada, trepé la valla y desaparecí, absorta en mis pensamientos, en lo mucho que me había costado controlarme para no besarle…
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